Ayer no pude publicar nada en el blog. Estuve todo el día viajando en la gugua, de regreso a Salamanca. Ya se acabó lo bueno. Ya empieza el estrés, las largas horas en la facultad, los apuntes, los trabajos... En fin, lo que viene a ser el día a día de un estudiante.
Siempre he pensado que de un viaje en guagua se puede escribir un libro, y el día de ayer tuvo todos los ingredintes. Nada más montarme en el autobús, tuvimos que esperar unos 15 minutos porque unos chicos se habían topado con un atasco en la carretera y no llegaron a tiempo. El chófer se iba a marchar, pero un familiar de ellos le pidió que por favor los esperara.
Próxima parada: Sevilla. Allí, una mujer mayor aseguraba tener el asiento número 8, ocupado por otra chica. Cuando el conductor revisó el billete se dio cuenta de que a la mujer le habían dado el billete para el día siguiente. ¡Ay, no puede ser, que mis hijos me están esperando! ¡Ay, no me diga eso! Un buen sofoco se llevó la mujer, que creía que se quedaba en tierra. Al final consiguió solucionarlo, y se adjudicó el asiento número 4.
En Zafra no hubo ningún problema, y parecía que el trayecto continuaría tranquilo. Pero en Mérida comenzaban las dificultades. El chófer pidió que mostrarámos nuestro billetes, porque creía que alguno se había colado. Además la policiía estaba fuera hablando con un señor que se iba a montar en la guagua. Tras revisar todos los pasajes, y hablar con la policía, se subieron dos personas en el bus: una señora que llevaba escondido a un perrito en el bolso, y un señor ebrio que entró gritando: "¿Qué pasa si soy cubano? Hijo de puta Fidel Castro". Ya teníamos la fiesta servida.
El hombre se tumbó, y se durmió, pero estuvo todo el trayecto soltando algun que otro grito e insulto al ex-dirigente cubano.
Esta extraña situación, más la incomodidad que supone viajar durante 8 horas y media en un autobus, han provocado que hoy esté destrozada. No sé cómo será el próximo viaje, pero espero que no sea otra odisea.
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