domingo, 21 de marzo de 2010

Recuerdos culinarios


Acabo de terminar de hacer un pisto. Me encantaría decir que me salió de rechupete, pero es la primera vez que lo hago, así que me contentaría con que simplemente estuviera "bueno". No soy muy "cocinillas", pero me gusta comer bien. Soy bastante impaciente, y eso de esperar el tiempo justo para que las cosas queden bien... no es lo mío.

Sin embargo en mi casa las dotes culinarias vienen de herencia. Mi abuela mami (se llamaba Ana, pero todos sus nietos la llamábamos mami, porque así la llamaban sus hijos) era una maestra, la mejor cocinera del mundo, aunque esté mal que yo lo diga. Ella era andaluza y tenía un corazón que no le cabía en el pecho. Ese amor era el que ponía en las comidas y por eso siempre le quedaba todo tan rico.

Recuerdo cuando era pequeña e íbamos a comer a su casa. Desde el portal ya se olía la comida. Era fantástico subir por las escaleras y sentir como te acercabas al paraíso culinario. Además no sólo preparaba una comida, siempre tenía algo especial para los niños, para sus nietos, porque sabía que éramos más delicados con la comida. Si había hecho menudo (conocida en otros lugares como "callos"), para nosotros preparaba una tortilla, ´pescao´frito o espaghettis. Además nunca preparaba los platos dos veces de la misma manera porque no medía las cantidades, simplemente echaba un poquito de esto y un puñaíto de lo otro. Pero siempre le quedaba todo exquisito porque lo hacía con mucho cariño.

Mi madre y mi tía Mari heredaron este talento. A mi tía le gusta cocinar y siempre está innovando, probando cosas nuevas y, sobre todo, sanas. Además prepara muchas de las comidas que hacía mi abuela, y en muchas ocasiones parece que ha sido la mano de ella la que ha estado removiendo la cazuela. A mi madre le gusta menos cocinar, pero siempre está preparando algo. En mi casa, un día cualquiera, puedes encontrarte hasta cuatro comidas diferentes. La culpa de esto la tenemos mis hermanos y yo. Realmente yo como lo que haya, pero ella se molesta en hacernos lo que nos gusta, así que la cocina se convierte en un auténtico restaurante.

Me encantaría tener el don de la cocina, el don familiar, pero creo que tendré que conformarme con saber hacer algunas cosillas. La verdad que prefiero heredar el gran corazón que tenía mi abuela.

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