Esperaba sentada en la parada de autobús. Tenía que ir al hospital a ver a su marido. Miraba fijamente el suelo, estaba absorta en sus pensamientos. ¿Cómo pudo pasar? ¿En qué momento permitió que su vida se convirtiera en lo que es hoy? ¿Cuándo toleró los malos momentos? No lo sabía, había perdido la noción del tiempo, no recordaba qué había sido de su vida, no era capaz de marcar el inicio, pero quería escribir el final.
Había pasado más de media hora y el autobús todavía no había llegado. Levantó la vista para tratar de averiguar si su transporte llegaría cuando, de pronto, se cruzó con una mirada penetrante, con unos profundos ojos azules. Un hombre la miraba a través de la ventana de su coche. Estaba parado en el semáforo y durante unos minutos, no dejaron de mirarse. Por un momento ella se sintió la protagonista de una película, se sintió a gusto, guapa, importante para alguien. Le gustaba que él la mirara. Sabía que aquello tan sólo duraría unos minutos, pero eran suficientes.
El semáforo se puso en verde y los ojos azules miraron al frente y desaparecieron. No los volvería a ver, pero le habían alegrado el día.
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