La noche está serena y apacible, te invita a disfrutar de ella, a aprovecharla hasta el último instante. El cielo está completamente despejado y se puede vislumbrar el maravilloso cuadro que pintan las estrellas y la luna, que se posan en él y bailan al son del ruido de la muchedumbre.
Las calles están abarrotadas y el gentío disfruta de la tranquilidad, de la agradable temperatura que nos arropa y nos hace compañía. Las luces tenues de los farolillos te hacen pensar que estás en una ciudad bohemia, llena de encanto y luz. Los edificios, de altura interminable, están iluminados como si de árboles de navidad se trataran.
Los restaurantes del centro de la ciudad, alineados a lo largo del paseo, te invitan al baile con la agrdable música que tienen de fondo, con el suave tacto de lo violines, de las guitarras y del piano. Están llenos a causa de la obra de teatro que ha tenido lugar esta misma noche, esta noche mágica; los espectadores, vestidos con elegantes trajes y preciosos complementos, se han percatado del encanto de la noche y quieren disfrutarlo.
El ambiente es acogedor y familiar, misterioso y elegante, real y ficticio. Parece que se trata del escenario de una película, de un largometraje de los años sesenta. La atmósfera está impregnada de palabras y sueños, de fantasía. Los niños, cogidos de la mano de sus padres, tiran sonrisas al aire, tararean estribillos imposibles de entender, gritan, juegan y bailan.
El río que cruza la ciudad emite un suave susurro que invita a escucharlo, a observarlo, a contemplarlo. Sus aguas corren en armonía, fluyen al ritmo de las miradas. Él también nos acompaña en esta noche de verano, de alegría y diversión. No cabe en esta noche ningún descontento, ninguna nube que nuble tan hermoso momento, ninguna bruma que destruya el encanto anochecido. Es una noche interminable, deseosa de fiesta, de risas... Te hace sentir especial, único en ella; los complejos parecen quedar en un segundo plano, sólo la belleza está presente.
Definitivamente, la noche está serena y apacible, te invita a disfrutar de ella, a aprovecharla hasta el últio instante.
Las calles están abarrotadas y el gentío disfruta de la tranquilidad, de la agradable temperatura que nos arropa y nos hace compañía. Las luces tenues de los farolillos te hacen pensar que estás en una ciudad bohemia, llena de encanto y luz. Los edificios, de altura interminable, están iluminados como si de árboles de navidad se trataran.
Los restaurantes del centro de la ciudad, alineados a lo largo del paseo, te invitan al baile con la agrdable música que tienen de fondo, con el suave tacto de lo violines, de las guitarras y del piano. Están llenos a causa de la obra de teatro que ha tenido lugar esta misma noche, esta noche mágica; los espectadores, vestidos con elegantes trajes y preciosos complementos, se han percatado del encanto de la noche y quieren disfrutarlo.
El ambiente es acogedor y familiar, misterioso y elegante, real y ficticio. Parece que se trata del escenario de una película, de un largometraje de los años sesenta. La atmósfera está impregnada de palabras y sueños, de fantasía. Los niños, cogidos de la mano de sus padres, tiran sonrisas al aire, tararean estribillos imposibles de entender, gritan, juegan y bailan.
El río que cruza la ciudad emite un suave susurro que invita a escucharlo, a observarlo, a contemplarlo. Sus aguas corren en armonía, fluyen al ritmo de las miradas. Él también nos acompaña en esta noche de verano, de alegría y diversión. No cabe en esta noche ningún descontento, ninguna nube que nuble tan hermoso momento, ninguna bruma que destruya el encanto anochecido. Es una noche interminable, deseosa de fiesta, de risas... Te hace sentir especial, único en ella; los complejos parecen quedar en un segundo plano, sólo la belleza está presente.
Definitivamente, la noche está serena y apacible, te invita a disfrutar de ella, a aprovecharla hasta el últio instante.
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