Eran las 11 de la mañana cuando se despertó. Justo en ese instante se dio cuenta de que ese era el día elegido. Había roto aguas. Lo más lógico habría sido ir directamente al hospital, pero no tenía dolores, además tenía otros tres hijos, así que la experiencia le llevó a pensar que todavía no era la hora.
Su familia le insistía en que lo mejor era ir al Materno. Finalmente lo consiguieron a la 1 del mediodía, pero nada hacía presagiar que aquel parto se convertiría en una larga odisea. Alejandro, que era así como se iba a llamar el bebé, no nació hasta las 4 de la mañana... ¡17 horas de parto! Vino con el cordón umbilical alrededor del cuello, pero los médicos consiguieron quitárselo.
Era hermoso, el niño más bonito que yo jamás había visto, era un ángel. No lo pude ver hasta las 12 del día siguiente, y en ese instante me di cuenta de que un nuevo tesoro había aparecido en mi vida, una nueva alegría daba sentido a mi existencia.
Y ya éramos cuatro. Los cuatro fantásticos. Los cuatro soles de mi padre. Las cuatro vidas de mi madre. Los cuatro hermanos.
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