Es sábado por la noche y estoy sola en casa. Mi novio y mi amigo (mis compañeros de piso) han salido a cenar y después irán a tomarse algo. En noches como esta echo mucho de menos a mis hermanos. Tengro tres: Cristóbal, de 19 años; Pablo, de 15 y Alejandro, de 6. Son mis tres soles. Y los echo de menos porque en mi casa, jamás, ha habido el silencio que hay ahora mismo en mi piso. Realmente no me gusta el silencio, no me gusta no escuchar nada. Me da miedo.
Quizás esto se deba a que desde siempre el ruido ha sido el protagonista de mi casa. Peleas entre hermanos, enfados con mis padres, que si tírame esto (mi casa tiene tres plantas), que si coges el teléfono arriba...en fin, que fuera por lo que fuera, mi familia no se caracteriza por ser silenciosa. Es curioso, porque recuerdo que cuando me quedaba a dormir en casa de mis amigas ellas siempre tenían mucho cuidado por no hacer ningún tipo de ruido: caminaban de puntillas, cerraban las puertas con cuidado, hablaban bajito... En mi casa nunca ha sido así, no he tenido que quitarme los tacones para no despertar a nadie... Y me encanta.
Y esto también ocurre a la hora de dormir. Desde que tengo uso de razón en mi casa se ha dormido con la radio puesta. Mi padre la ponía en su habitación y la escuchábamos todos. Porque esa es otra costumbre de mi casa: nadie duerme con la puerta cerrada. La radio forma parte de nuestras vidas y tal es así, que mi hermano pequeño no puede dormir sin ella, y cuando a mi madre se le olvida ponerla es él quién la enchufa.
De cualquier manera, la verdad es que no me gusta la soledad. Soy incapaz de estar sola, el aburrimiento se apodera de mí, y lo que es peor, la pena. Cuando estoy sola mi cabeza empieza a dar vueltas y mis pensamientos se atoran, se apoderan de mi razón y estalla el conflicto interno. Odio el silencio, odio la soledad. Y adoro a mis hermanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario