Lo había vuelto a sentir. Después de mucho tiempo y con una persona diferente, no con su novio, sino con otro joven. Había vuelto a tener mariposas en el estómago, ganas de encontrárselo en cualquier lugar, de recibir una llamada inesperada, de rozarse las manos sin querer, de cruzarse una mirada llena de intenciones... Ella, fiel por naturaleza, leal a ultranza, incapaz de hacer daño a otra persona, se había dejado llevar por las circunstancias y había decidido abandonarse a su suerte y a la del amor.
¿Cómo decírselo? No se atrevía a poner fin a cinco años de noviazgo, a cinco años monótonos cargados de conversaciones hastías y besos olvidados. Cientos de abrazos nunca dados y palabras de consuelo nunca dichas. Aún así, había formado parte de su vida y no era fácil.
Pero volvía a ser feliz. Los besos cobraban sentido. Se sentía importante para alguien, querida.
¿Vas a seguir con él?, preguntaba el amante. No podía perderlo, no a él, no ahora. Voy a hablar con él. Hoy mismo. Pero no le puedo contar la verdad, no le quiero hacer daño. Simplemente le diré que me cansé de esperar, que en la espera todo se murió.
Su impaciencia había vencido. Ella, que lo quería tener todo en un ¡ya!, que no se conformaba con la espera, que odiaba el paso del tiempo, había decidido poner un punto y aparte en su vida. Aún a sabiendas de que la felicidad no es eterna, ella quería ser feliz en cada momento de su corta existencia, quería vibrar cada día sin importar el resto del mundo.
Pero todo se desvaneció. Una insistente y chirriante llamada de teléfono la despertó. De pronto se dio de bruces con su vida. Aquello no había sido más que un sueño.
Estoy ansiosa porque llegue la noche y volver a reencontrarme con él, por volver a imaginar mi vida.
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